Por qué viajamos?
- Chilean Mate

- 10 jul 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 31 jul 2019
Nunca se ha negado que los viajes representan algo así como un sinónimo de libertad. Estas aparecen por la necesidad innata de escapar o moverse a lugares distintos o incluso contrarios a toda forma de tu vida cotidiana. Y es que quizás sea así de simple, que después de tantos años de asentamiento, el ser humano naturalmente quiera volver a su esencia, el ser nómada.

Intento escribir esto en un departamento invadido por una tibia manta del calor húmedo en una noche de verano, aquí, en el centro de Barcelona. Una ola de calor que obliga a destaparse, mostrar un poco más de piel, a caer en playas repletas de turistas o piscinas públicas contra toda voluntad. A trasnochar con el cuerpo totalmente sudado y aprovechar ese estado vigilante en hacer algo un tanto productivo.
Todo esto condimentado con objetos y artificios que hacen del momento, algo más adaptable y sobre todo más entretenido. Una cerveza local, un par de revistas viajeras y el sonido de una lista con "música del mundo" que suena de fondo. Una playlist bipolar que sirve como excelente compañía para que el momento –aparentemente desagradable- se transforme en algo incluso digno de ser disfrutado.
Lista de música con ritmos folclóricos, tribales o urbanos. Ritmos que a momentos distraen de manera concentrada. Tanto, al punto de perderme en la calle de la virtuosa curiosidad y la poderosa imaginación, un monsoon de ideas que intentan decodificar su hermosa rareza y procedencia de tales exquisitos ritmos. Y si, también es verdad que soy un tipo disperso.
Pero de esa misma manera es cómo acabé viajando por el mundo. Estímulos externos que llegaron a mi vida de manera fortuita para ofrecer lo agradable pero también amargo de una misma moneda. Lugares y experiencias de terceros que obligaron a replantear mi lugar en este mundo y hacer algo al respecto, y por ahí quizás, la oportunidad de estudiarlo bajo mis propios términos.
A que portadas de magazines con paisajes surrealistas, programas de televisión con historias enigmáticas o lugares sacados como de otro planeta, no se quedaran sólo en eso, en la fantasía de la a veces cruel imaginación, y que por el contrario, se transformasen algún día en realidad.
No tengo apellido gringo, tampoco vengo de una familia con abundancia económica. Tuve la gracia de estudiar en escuela pública y también en privada. Mi nido es la fiel meritocracia de la clase media y como bien dice René Perez, en una sociedad "muy rica para ser pobre, y muy pobre para ser rica". A criarme en la ambigua y ejemplar ensalada de realidades con valores de familia intransables, y la imagen de una madre a la que se venera como lo más sagrado.
A entender que como raza somos bastante jóvenes y que fuera de la fe, aún no sabemos realmente de dónde venimos ni para dónde vamos. Lo que no quita obligación moral y cívica de cumplir con la sociedad, jugar su invento, estudiar una carrera, trabajar, pagar impuestos y seguir con ese holograma de realidad.
Pero también ser muy consciente de aquello, de que todo esto es un invento más del humano y por ahí esta motivación personal por entretenerme en analizar o intentar documentar ese fenómeno, colocarme la gorra de antropólogo y sumergirme en distintos contextos, países, idiomas, colores, sabores o ritmos. En "sentir que es un soplo la vida", como dice Gardel y que por lo tanto, sería imperante la necesidad de agregar algo más de valor a esta, la aventura de estar vivo. Disfrazarme de explorador para ser coleccionista de contrastes en mundos, historias y experiencias.
Llegar a ser viejo y esperar un incierto ocaso al menos con la satisfacción de haber seguido esa esencia nómada y con ello haber conocido lo único cierto; el milagro de nuestro planeta y lo que ahí se inventan.





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